Hace menos de una década analizábamos los grandes espacios que se podrían abrir para compartir conocimiento a nivel universal, es más, detectábamos las nuevas desigualdades que se abrían paso entre aquellas poblaciones que tuvieran acceso o no a la red. Hoy la red ha llegado hasta el último rincón del planeta gracias a los smartphones y sus aplicaciones han permitido compartir casi cualquier segundo de nuestra vida abriéndola a cualquier persona del mundo.
Cuando hace unos años el Consejo de Europa me encargó hacer un informe sobre la realidad de las redes sociales y las posibles vulnerabilidades de los derechos humanos, nunca pensé que la evolución de estructuras y conceptos superados en el mundo tras la segunda guerra mundial, iban a ser de nuevo puestos en cuestión hoy.
Las redes sociales son un nuevo espacio público, un ágora donde se analizan cuestiones diversas, asuntos públicos y sociales relevantes. Un lugar donde partidos grandes y pequeños, minorías o grupos habitualmente silenciados por los principales medios pueden expresar sus ideas y puntos de vista. Deberían ser un potencial para exponer a sus usuarios, sus fuentes de información, opiniones diversas e impulsar el pluralismo que se requiere en las sociedades democráticas, fortaleciendo la participación democrática. Una democracia virtual cada día más real.
Hoy tenemos sistemas de reconocimiento facial, geolocalización que analizan nuestros deseos, nuestros movimientos, nuestros hábitos, nuestras vidas. Datos e información que llenan las variables de algoritmos que definen patrones de comportamiento, sistemas de rutinas o simplemente espacios de conocimiento de nuestras relaciones, nuestros hábitos de compras y consumo, para intentar predecir, adelantar nuestros pensamientos, nuestros deseos, o simplemente hacer finalmente que así sean, siguiendo el diseño inicialmente previsto.
¿A quién le interesa saber los rasgos de nuestra cara al coger un producto de la nevera? ¿o al comprar en el supermercado? ¿Quién desea conocer el punto exacto de donde estamos en cada momento del día? ¿A quién le importa si has enseñado a tus amigos tu ultima compra, ese producto deseado que finalmente has hecho realidad? ¿Y cómo reaccionan al saberlo?
¿Tu voto es secreto? ¿Cuánta informaciones facilitas al día para mostrar tu preferencia electoral? ¿Existe algún algoritmo que utiliza el rastro de tu información para provocarte cambiar o reforzar tu opinión? ¿Existe algún algoritmo programado por alguien para influir en un proceso electoral? ¿Quién está detrás de tus datos?
El uso indebido de la información sobre nuestros perfiles genera burbujas de filtro y estan teniendo consecuencias dañinas tanto para nuestros derechos individuales como para nuestro bienestar, para el funcionamiento de las instituciones democráticas y el desarrollo de nuestras sociedades. Cabe aquí mencionar problemas como el ciberacoso, el hostigamiento digital, el discurso de odio e incitación a la violencia y la discriminación, los abusos sexuales, el acoso en línea, la desinformación y la manipulación de la opinión pública para influir en procesos políticos o electorales.
Las redes sociales son determinantes en la regulación del flujo de información en internet y la forma en la que operan tiene una importante repercusión en la libertad de expresión, incluida la libertad de información, pero también -con un carácter más nocivo- en el derecho a la privacidad. Sin embargo, ciertos escándalos recientes han puesto de manifiesto la necesidad de que las empresas que desarrollan redes sociales deben asumir su responsabilidad, especialmente para con las sociedades a las que se dirigen y las autoridades públicas establecer garantías para que se respeten los derechos fundamentales.
En el informe que aprobaremos en la próxima cumbre de abril del Consejo de Europa impulsaremos una batería de recomendaciones a los 47 estados miembros y del mismo modo a las empresas que generan su modelo de negocio con los datos de millones de personas casi de forma ilimitada.
Cuando Tim Berners-Lee creo el lenguaje HTML (hypertext markup language), el lenguaje de etiquetas de hipertexto, el protocolo HTTP (hypertext transfer protocol) y el sistema de localización de objetos en la web URL (uniform resource locator) pensó en una world wide web sin límites al conocimiento y la inteligencia.
Hoy Berners-Lee, uno de los padres de la Red, ha puesto en marcha un nuevo proyecto que reconoce la necesidad de volver a programar, impulsar sistemas abiertos y transparentes que permitan diseñar nuevos algoritmos que promuevan la pluralidad y estructuras donde los datos que sean propiedad exclusiva de cada usuario y blinden su privacidad.
Si los gobiernos deben legislar para garantizar la protección de los Derechos Humanos, también en la Red, las empresas deben desarrollar normas y estructuras para que usuarios tengan información veraz que respete el derecho a la libertad de expresión, pero también el derecho a la libertad de la información. Una información de calidad, veraz, cada día más necesaria para construir y hacer evolucionar nuestras democracias.
En España el artículo 20 de nuestra Constitución establece garantías de protección sobre el derecho a la libertad de la información, tal y como marca el Convenio para la Protección de los Derechos Humanos y de las libertades fundamentales que suscribimos como país en octubre de 1979, y establece límites también especialmente, en el derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la protección de la juventud y de la infancia.
Debemos seguir avanzando pensando en este tiempo, un tiempo de cólera, de furia, de desolación. Tiempos donde la comunicación de las pasiones marca tendencia y los gestores del odio y el malestar social, utilizan la emoción como vehículo directo para imponer su sinrazón.
Hace unos años soñábamos con la red como un espacio para obtener información, generar conocimiento, compartir, crear y construir un mundo mejor, de personas más libres, más interconectadas, más informadas, más formadas. Hoy debemos seguir trabajando para que aquel sueño tecnológico, no sucumba ante la desinformación, la manipulación o las pistolas, lo peor de las pasiones humanas. Hoy debemos seguir trabajando para evitar que las redes sociales sean cada vez más redes y menos sociales.
José Cepeda es representante de España en el Consejo de Europa y autor del informe europeo “Social media: social threads or threats to human rights?”
